Diosa García: en Medellín teje para sanar, narrar y ...

"Mi cuerpo fue trofeo, como arma de guerra. Aquí guardo las herramientas y las armas con las que canto mi grito de resistencia", dice mientras sostiene una muñeca en sus manos.

Vestida de novia, con diecisiete figuras bordadas en su cuerpo y puntadas de colores que cuentan historias, la muñeca es una extensión de Diosa García. En ella habita su relato de vida, marcado por la resiliencia, el liderazgo y el desplazamiento forzado, tanto rural como urbano.

Diosa tiene 63 años, es de San Rafael, un municipio del Oriente Antioqueño. Los recuerdos de su niñez se traducen en jardines, árboles, charcos, sembrados, montañas y hermosos atardeceres, hasta que, a mediados de 1985, el pueblo fue cambiando, comenzaron a llegar grupos armados y se vio obligada a desplazarse hacia Medellín.

Su historia

En sus pies comienza su historia. Son su fortaleza, representan lo que ha soportado en la vida, la han llevado a recorrer veredas como promotora de salud y a huir del conflicto armado: "Con estos pies corrí de huida de paramilitares, me vine sola a Medellín. Con estos pies he ido a acompañar muchas marchas, como las del 'estallido social'", dice Diosa.

Su andar ha sido testigo de múltiples resistencias. Ha acompañado a jóvenes victimarios que reclutaban en los barrios, a sesenta mujeres víctimas de la guerra en el municipio de Caicedo, a grupos de reinserción y a comunidades que viven con VIH. Participa en el costurero del Museo Casa de la Memoria de Medellín y en espacios con las Madres de la Candelaria.

Ha caminado lejos. En Río de Janeiro, Brasil, tejió lazos con mujeres de otras latitudes. En el Nevado del Cocuy subió hasta la cima, cuando otros se quedaron atrás.

Para ella, sus manos cargan las marcas del dolor y la soledad. A través de los bordados de sus manos cuenta una parte de su pueblo. "Cuando el frío revólver tocaba mi frente y el miedo entumecía todo mi cuerpo. En esta otra parte, muestro cuando la policía me acosaba y solo por verme en la esquina, en el atrio de la iglesia, en la heladería o en cualquier otro lugar sin relevancia, me llevaban al calabozo y ahí me hacían pasar días y noches", dice.

En su pecho guarda algunos recuerdos de amores y desencantos. Las telas, los retazos, las agujas y los hilos de colores mantienen viva su memoria; dibuja sus denuncias y resiste a la muerte. Para Diosa, la pañoleta que rodea el cuello de su muñeca es símbolo de la lucha y la resistencia que honra a cada inocente caído en un genocidio sin dolientes, tal como ella se ha sentido varias veces en su vida.

Dice que el girasol bordado en la zona íntima enseña que por cada pétalo que se marchita, hay otro naciendo, dispuesto a mantener la belleza, la energía y la esencia.

Sus tejidos han atravesado fronteras y, hoy en día, dice que el sentido de la vida se teje porque cuando uno teje sana, narra, recuerda y es una forma bonita de darle vida a algo que no se puede quedar en el olvido.

En Medellín ha encontrado la forma de narrar su vida a través de los tejidos y es la ciudad en la que pudo reescribir su historia en un capítulo diferente.

A Diosa le gustaría sensibilizar a las personas resaltando que: "La memoria no tiene una orilla, debe tener todas las miradas y todos los capítulos". Hoy camina la vida junto a su hijo Lucas. Su sueño para Medellín es que las víctimas sepan que son unas guerreras y que esa fortaleza las mantiene. Que sus voces pueden ser escuchadas de una manera diferente, como, por ejemplo, a través de los tejidos.