07/22/2025 | Press release | Distributed by Public on 07/22/2025 14:48
En el terreno montañoso de Cox's Bazar, la vida de más de un millón de personas refugiadas rohingyas en el campamento de refugiados más grande y densamente poblado del mundo es siempre una lucha, pero la temporada del monzón trae consigo nuevos retos. Las fuertes lluvias hacen que los estrechos caminos sean resbaladizos y peligrosos, y los deslizamientos de tierra amenazan con destruir las letrinas, los baños y los puntos de dispensación de agua de los que dependen las personas refugiadas.
Desde 2020, ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, lleva a cabo una iniciativa que proporciona a los refugiados pequeñas cantidades de dinero para reparar los caminos, estabilizar las laderas y darles mantenimiento a otras instalaciones comunes en el campamento. Para las personas refugiadas no se trata solo de un proyecto de generación de ingresos, sino de una forma para garantizar que el campamento sea accesible para todos los residentes. A cambio, pueden ganar un poco de dinero para mantener a sus familias y complementar sus raciones mínimas.
Sin embargo, la crisis mundial de financiación de la ayuda ha provocado un recorte drástico del presupuesto de este programa comunitario. Si antes entre 30 y 40 refugiados contribuían y se beneficiaban de cada uno de los cientos de proyectos de mantenimiento, ahora apenas hay fondos suficientes para contratar a siete u ocho personas para los pocos proyectos que quedan.
La reducción de la ayuda a las personas refugiadas rohingyas se aborda en un nuevo informe de ACNUR sobre las repercusiones de la crisis mundial de financiación humanitaria para las personas que se ven obligadas a huir. El informe advierte que, en Bangladesh, los recortes están socavando una respuesta ya de por sí sobrecargada, en la que los refugiados siguen dependiendo totalmente de la ayuda para obtener alimentos, alojamiento, atención médica y educación.
Jahid Alam, de 45 años y padre de dos hijos, solía comprar pescado y verduras para sus hijos con el dinero que ganaba transportando sacos de arena para proteger los caminos de los deslizamientos de tierra.
"La cantidad de alimentos que recibimos cada mes es limitada", dice en voz baja. "Con el trabajo extra, podía comprar algo más variado para mis hijos. Ahora, eso ya no es posible".
Tanto Jahid como su esposa viven con una discapacidad. Además de proporcionarles una forma de mejorar la dieta de sus hijos, trabajar en proyectos de mantenimiento les permitía mantener una conexión con su comunidad.
Jahid Alam se encuentra en un puente construido por los refugiados como parte del programa comunitario.
"[Este] nunca fue solo un programa, fue una ayuda vital", afirma Afruza Sultana, quien trabaja en el departamento de apoyo a la gestión de sitios en BRAC, un socio clave en la respuesta a la crisis de refugiados en Bangladesh. "Les proporcionaba algo más que un salario: les daba un propósito, dignidad y los medios para alimentar a sus familias y cubrir otras necesidades básicas".
Según Sultana, los recortes al programa están teniendo un "efecto dominó" en las familias, ya que hay niñas y niños que son retirados de los centros escolares mientras los padres se ven obligados a realizar trabajos precarios o incluso a emprender peligrosos viajes para llegar a otros países.
Además de la pérdida de ingresos y esperanza para muchas personas refugiadas, los recortes al programa están afectando el funcionamiento y la seguridad del campamento, especialmente durante la temporada del monzón, cuando el mantenimiento de infraestructuras como calles, puentes, caminos y letrinas es más crítico.
En la primera mitad de 2024, alrededor de 5.500 personas refugiadas completaron más de 500 proyectos de mantenimiento. Este año, esa cifra se ha reducido en casi dos tercios, lo que ha dejado a los campamentos más vulnerables que nunca. Sin trabajadores que los reparen y refuercen, muchos caminos y vías se han erosionado o han sido arrastrados por las aguas, los desagües siguen bloqueados y las pasarelas peatonales son inutilizables.
Una ladera del campamento de Kutupalong erosionada por las lluvias monzónicas.
"No se trata solo de inconvenientes", afirma Sultana. "Son peligros diarios que amenazan la seguridad, la salud y la movilidad en los campamentos".
Mientras la lluvia torrencial azota las colinas, Jaynub Begum, de 24 años, se preocupa por la falta de reparaciones en los caminos resbaladizos y desiguales que conectan los alojamientos. El año pasado, esta madre de cuatro hijos trabajó en un proyecto para construir escaleras en una zona especialmente accidentada del campamento. Este año, la necesidad de proyectos de este tipo es evidente en todas partes. "Hay una letrina cerca de donde vivimos que está por desprenderse, y ahora nos da miedo usarla", dice. "Nadie hace nada para repararla".
Además del deterioro de las infraestructuras, los efectos de la crisis de financiación están empezando a notarse en muchos otros aspectos de la vida en los campamentos, incluso cuando llegan más refugiados tras huir del conflicto y la persecución que se vive en Myanmar. En una rueda de prensa realizada el 11 de julio, ACNUR advirtió de que se avecinan más recortes y que, sin fondos adicionales, se verán afectados los servicios de salud, la distribución de combustible para cocinar, la educación de la infancia y la ayuda alimentaria.
"La financiación humanitaria puede estar disminuyendo, pero las necesidades sobre el terreno no", afirma Sultana. "Instamos a la comunidad internacional a recordar que detrás de cada partida presupuestaria hay vidas humanas y aspiraciones, y la frágil estabilidad de una de las poblaciones más vulnerables del mundo".