09/22/2025 | Press release | Distributed by Public on 09/23/2025 01:44
Universidad de Columbia, Nueva York (EEUU)
INTERVENCIÓN DEL PRESIDENTE DEL GOBIERNO, PEDRO SÁNCHEZ
Presidenta Shipman, Profesor Tooze,
Queridos alumnos y querida facultad,
Muchas gracias por vuestra cálida acogida. Es un honor hablar aquí hoy y compartir mi visión de lo que debería ser una respuesta progresista a los desafíos que ahora mismo afronta el mundo.
Me complace especialmente estar en la Universidad de Columbia, una institución que acogió a exiliados españoles y europeos que huyeron de las guerras y los regímenes totalitarios en el siglo XX. Que sus historias sirvan de inspiración para todos nosotros en este momento crítico que estamos viviendo.
Cien años después, nuestro mundo está siendo testigo de una erosión similar de muchos de sus pilares. Un cuestionamiento de los principios que se compartían entre partidos. Una involución de los valores que hicieron que nuestras sociedades fueran libres, prósperas y pacíficas durante décadas.
Hoy me gustaría defender tres principios fundamentales que están bajo ataque.
Primero, que una economía justa y abierta es capaz de generar desarrollo y prosperidad para todos.
Segundo, que las relaciones internacionales deben regirse por reglas, no por la fuerza bruta.
Y tercero, que las sociedades abiertas pueden mantener el fanatismo a raya.
Debemos defender estos valores porque las verdades que consideramos evidentes pueden dejar de serlo.
Los Estados Unidos de América han sido fundamentales a la hora de definir estos tres principios, liderando el camino en muchas ocasiones.
En 1776, la Revolución Americana trajo consigo una idea crucial: que la igualdad de los ciudadanos está por encima de los caprichos de los gobernantes. La génesis de esta nación fue una revolución contra la opresión y puso el foco en la idea del "Gobierno del pueblo para el pueblo", como expresó de manera tan hermosa el presidente Lincoln en su Discurso de Gettysburg.
Hace casi un siglo, el New Deal también nos demostró cómo un ambicioso programa de inversión pública, reforma del acceso al crédito y fortalecimiento de los sindicatos permitió a Estados Unidos salir de la Gran Depresión. Quizá la lección más valiosa fue que la vida política libre es incompatible con desigualdades profundas.
El orden internacional que surgió después de 1945 descansaba sobre tres pilares: apertura, justicia y normas. Afirmaba que las naciones serían grandes en la medida en que fueran libres. Estados Unidos, como su principal arquitecto, promovió esta visión, y se benefició profundamente de ella.
Sé que muchos estadounidenses siguen defendiendo estos principios. Y creo que vuestra sociedad sigue teniendo un papel importante que desempeñar en su defensa. No debemos olvidar de dónde venimos si queremos abrir el camino para las futuras generaciones.
Lo más importante es que el presente demuestra que esos tres valores fundamentales siguen funcionando. Y creo firmemente que España es una buena prueba de ello.
En primer lugar, sabemos de primera mano que la apertura económica y la justicia social impulsan el crecimiento y atraen talento.
La economía no es un juego de suma cero. El comercio internacional nos ayuda a hacer más grande el pastel.
Pero, ¿qué sentido tiene si solo unos pocos afortunados se llevan todos los trozos? Nuestra responsabilidad como Gobiernos es ayudar a redistribuir los beneficios del crecimiento económico y del comercio, garantizando que todos ganen. Podemos hacerlo a nivel nacional y también podemos hacerlo, a la vez, a nivel global.
Permitidme compartir con ustedes tres hechos sobre mi país:
En primer lugar, la economía de España es la que mejores datos registra entre los países avanzados.
Estamos logrando cifras de crecimiento impresionantes al mismo tiempo que reducimos la desigualdad y reforzamos nuestro sistema de protección social. Desde 2018, el año en que asumí el cargo, la renta media real neta de los hogares ha crecido casi un 10%. Al mismo tiempo, la capitalización de las grandes empresas ha aumentado un 58%. Y lo estamos haciendo a través de una economía abierta, con un sector exterior en crecimiento y cada vez más competitivo.
En segundo lugar, España ha demostrado que la descarbonización y la competitividad pueden ir de la mano. De las grandes economías avanzadas, somos la que más rápido crece, y lo hacemos mientras reducimos emisiones. Cerca del 60% de nuestra electricidad ya procede de fuentes renovables. Esto ha reducido los precios en un 50% desde 2017 y hace que sea un 30% más barata que la media de la Unión Europea. Eso es lo que yo llamo solidaridad intergeneracional.
Y, en tercer lugar, nuestro modelo económico ha combinado la llegada de talento del exterior con una reducción del desempleo. En los últimos siete años, nuestro país ha recibido a más de dos millones de inmigrantes al tiempo que la tasa de desempleo se ha reducido en casi un 40%. Los migrantes se han integrado bien en el país y han aportado alrededor de un 20% al crecimiento económico per cápita de España en los últimos tres años. Para nosotros, la migración no es sinónimo de miedo y amenaza, sino de esperanza y oportunidades.
De hecho, Columbia y otras universidades estadounidenses demuestran cómo la apertura es un motor de creación de conocimiento. Esta universidad, con casi un centenar de premios Nobel, acoge a estudiantes y académicos de todo el mundo. Sois la prueba viviente de que los puentes humanos, y no las barreras físicas, ayudan a construir un mundo mejor.
Ahora bien, no hay que confundir apertura con ingenuidad, ni con temeridad. Por supuesto, hay que luchar contra el contrabando, hay que luchar contra la emigración ilegal y las mafias que se benefician de ella, favoreciendo vías legales para que los migrantes lleguen a nuestros países de forma segura y ordenada. Pero no perdamos nunca de vista que todo migrante, legal o ilegal, es un ser humano en busca de una vida mejor. No perdamos nunca de vista la necesidad de respetar y defender los derechos humanos más básicos.
En la misma línea, nuestra apertura al comercio internacional es también sensata, especialmente en un contexto internacional cada vez más incierto y volátil. Por eso España defiende un modelo de autonomía estratégica abierta. ¿Qué quiero decir con esto? Autonomía estratégica abierta. A lo que me refiero es a la capacidad de aprovechar las ventajas de la apertura económica, las inversiones extranjeras y el libre comercio, asegurando al mismo tiempo nuestra autonomía en determinados sectores críticos para nuestra seguridad y resiliencia económica.
Como podéis ver, ser progresista no es una cuestión de cándido idealismo, sino de pragmatismo responsable.
Ese pragmatismo es precisamente lo que me ha llevado a insistir en que las normas deben prevalecer siempre sobre la ley del más fuerte. Cuando la fuerza sustituye a las normas, sobreviene la inestabilidad, crece la incertidumbre, aumentan los costes y se multiplican los conflictos. Las normas son las que hacen posible la cooperación: defenderlas no solo es lo justo, sino también la única forma de evitar el caos.
Esto me lleva al segundo valor que quiero defender hoy: la necesidad de mantener un orden internacional basado en reglas y reforzar el multilateralismo.
En febrero de 2022, Rusia invadió Ucrania. Gran parte de la comunidad internacional, incluidos Estados Unidos y la Unión Europea, condenó con toda razón esta agresión. También aprobamos sanciones contra el invasor y prestamos apoyo a la víctima.
Pues bien, no dejo de preguntarme qué doble rasero nos impide condenar con la misma determinación el asesinato de más de 60.000 palestinos en Gaza.
España reconoce firmemente el derecho del Estado de Israel a existir y a defender su propia seguridad. También hemos condenado de la manera más enérgica posible los brutales atentados terroristas perpetrados por Hamás el 7 de octubre de 2023, y hemos exigido la liberación inmediata e incondicional de todos los rehenes.
Pero proteger a tu país es una cosa y matar a más de 60.000 civiles, desplazar a dos millones de personas, bombardear hospitales y matar de hambre a niños inocentes es otra muy distinta. Creo de verdad que estamos siendo testigos de uno de los acontecimientos más oscuros y terribles del siglo XXI, y la comunidad internacional permanece paralizada y en silencio.
Una de las lecciones más importantes que aprendimos en el siglo XX es que perpetrar un genocidio es el peor crimen posible contra la humanidad. Pero la otra lección fue que mirar hacia otro lado es completamente imperdonable. ¿Qué liderazgo moral podemos ejercer en el nuevo orden mundial si abandonamos a los palestinos?
España anunció hace dos semanas nueve medidas contundentes para contribuir a poner fin a esta tragedia, y seguimos dispuestos a hacer todo lo que esté en nuestras manos.
La coherencia y la consistencia son necesarias en tiempos de turbulencias.
Porque, permitidme ser claro, estamos asistiendo a tiempos turbulentos en los que los principios más esenciales, como los consagrados en la Carta de las Naciones Unidas, están siendo constantemente cuestionados, cuando no sistemáticamente vulnerados. Es una época en la que gana terreno el poder puro y duro, y no el derecho internacional. Una época en la que las relaciones internacionales se basan cada vez más en intereses a corto plazo y en acuerdos tácticos, en lugar de en el respeto de los principios a largo plazo que guían nuestro comportamiento. Y eso son muy malas noticias.
Debemos detener la espiral belicista que corre el riesgo de llevarnos a un mundo de bloques y zonas de influencia. No caigamos en esta trampa. Ya lo hicimos en el pasado. Y sabemos que no acaba bien.
Europa debe redoblar sus esfuerzos para acercarse al mundo y forjar asociaciones que estén a la vez ancladas en su inveterada defensa de un orden internacional basado en reglas y que aporten beneficios tangibles a nuestros pueblos, como los acuerdos de la UE, esperemos, con MERCOSUR o, en un futuro próximo, con la India.
Estos son potenciales brotes verdes frente a las oscuras nubes que nos rodean, y un claro mensaje de que la cooperación, y no la coerción, debe establecer los términos del intercambio mundial.
Sé que nuestro mundo no es el de 1945. Pero en lugar de verlo desmoronarse, debemos volver a imaginar y reformar nuestro sistema internacional con la misma determinación que se atrevieron a tener quienes sufrieron la Segunda Guerra Mundial. Debemos adaptar y transformar nuestra gobernanza mundial a las necesidades de hoy y de mañana.
Y este mensaje que enviamos al mundo al acoger recientemente en Sevilla la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Financiación para el Desarrollo era el que, desde España, quisimos enviar al resto del mundo: mientras otros se retiran de las instituciones multilaterales y reducen su compromiso con la ayuda internacional y el desarrollo, España redobla sus esfuerzos. Con este espíritu, vamos a lanzar una Plataforma para la Reforma del Multilateralismo, una iniciativa destinada a impulsar un proceso político de gran alcance para renovar tanto la arquitectura de la gobernanza mundial como el sistema multilateral en su conjunto.
Por último, me gustaría hablar del tercer valor fundamental que he mencionado: las virtudes de una sociedad abierta. Y permitidme subrayar que este es probablemente el más importante: porque cuando se silencia la voz libre de una sociedad, esa sociedad está destinada a morir.
En una sociedad abierta, la protección de los derechos individuales no es solo un principio, sino un fundamento. La libertad de expresión, la libertad de credo y el derecho a participar en la vida pública facultan a los ciudadanos para forjar su propio destino. Estas libertades no son privilegios; son salvaguardias esenciales contra la tiranía y el silencio. Por eso debemos proteger estas libertades y evitar que se manipulen como armas para difundir desinformación, incitar al odio o socavar las instituciones democráticas.
Por eso, defender la libertad de expresión hoy significa garantizar que el debate abierto fortalezca la democracia en lugar de debilitarla. Atesoremos la libertad de expresión. Luchemos por la libertad de expresión. Levantémonos contra cualquier intento de anular la libertad de expresión. Porque si perdemos nuestra libertad de discrepar del poder, estaremos sembrando la semilla de la tiranía.
Repito, recordad mis palabras: las sociedades abiertas solo pueden prosperar bajo una verdadera gobernanza democrática.
Y para ello, el poder no puede concentrarse en manos de unos pocos, sino que debe distribuirse a través de instituciones transparentes, responsables y receptivas. En nuestras democracias, los dirigentes están al servicio del pueblo, y no al revés. Esta responsabilidad fomenta la confianza, y la confianza es la savia de cualquier sociedad estable y próspera.
Además, la apertura alimenta la innovación. Cuando las ideas pueden fluir libremente, cuando la disidencia no es castigada sino bienvenida, las sociedades se convierten en laboratorios de progreso. Las sociedades abiertas no solo son más humanas: son más dinámicas, más resistentes y están mejor preparadas para afrontar los retos de un mundo cambiante.
Permitidme concluir.
No debemos caer en la nostalgia, sino convertirnos en pioneros del progreso que tenemos por delante. Millones de personas siguen creyendo hoy que la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad son derechos inalienables. Derechos por los que merece la pena luchar.
Esos millones de personas buscan líderes que reafirmen que la democracia se fundamenta en el valor de lo cotidiano: que cualquier joven pueda terminar sus estudios sin endeudarse de por vida; que cualquiera pueda vivir libre de miedo independientemente de su origen, género u orientación; que un trabajador no sea tratado como un delincuente por el color de su piel.
Estoy seguro de que algunos de esos líderes están hoy en esta sala. Vosotros sois los líderes del mañana. Y eso os convierte en nuestra mejor esperanza.
Permitidme dejaros con una reflexión final: aunque el presente pueda parecer sombrío, sé que a la humanidad le espera un futuro brillante si jóvenes como vosotros alzan la voz y dan sentido a sus vidas, defendiendo con convicción los principios y valores que definen a la humanidad.
Muchas gracias.
(Transcripción editada por la Secretaría de Estado de Comunicación)
(Intervención original en inglés)